El amor misericordioso de Dios en San Agustín nos recuerda que el ser humano tiende a confiar en sus propias fuerzas, presumiendo ufanamente de sus capacidades, situación que nos puede conducir al pecado y a la división. Santos y pecadores necesitamos encontrarnos con la mirada de amor y misericordia de Jesús que nos encara en nuestro propio pecado y rememora la traición al amor y al afecto de Jesús, nuestro amigo y maestro.
La mirada misericordiosa de Jesús nos contempla, nos ama a pesar de la infidelidades y caídas. El encuentro con Cristo nos llama a abandonar la situación de postración y de pecado a donde nos pueden llevar nuestras falsas seguridades. El hijo pródigo del Evangelio es nuestra propia historia, cerca o lejos, de nuestro Padre Dios. Es el amor de Dios el que nos pone en camino hacia la casa del Padre, para recibir su abrazo de reconciliación, de perdón y de misericordia.
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